Friday, April 23, 2021

Es viernes noche y llueve

 A estas horas la tele estaría normalmente encendida. Sobre todo para acallar el silencio, silencio que cortaba como una cuchilla cuando aparecía. Radio y tele, tele y radio, cualquier cosa valía.

Sin embargo hoy podían oirse con claridad las gotas repitar en la cornisa. Ana estaba sentada en la mesa de la cocina. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, mirando al infinito, como si tras los azulejos de la cocina se escondiera la solución a sus problemas.

El enorme reloj se acompasaba a ratos con la lluvia. Su tic tac resonaba en el silencio de la casa que, salvo la única bombilla de la cocina, estaba completamente a oscuras.

Unos pasos en el pasillo sobresaltaron a Ana. Se miró las manos, como para despertar de su letargo. Como para saber si podría estar soñando, si aquello había sucedido de verdad. Y sí, la sangre oscura, seca ya, seguía incrustada en su piel. Lo había matado.

Por un momento pensó que algún vecino había entrado, alguien tenía que haber oído los gritos. Y sin embargo había pasado demasiado tiempo. Otro paso. Sintió el terror recorrer su espina dorsal. Quiso que fuera la policía, que había venido a llevarla. Pero nadie había abierto la puerta.

Cuando vio a Antonio asomarse a la cocina, casi sintió alivio. Bueno, si no había muerto, ella no iría a la cárcel. Pero ¿cómo podía seguir vivo tras siete cuchilladas? ¿Dónde estaba el cuchillo que atravesaba su estómago cuando lo dejó en el dormitorio? No iba a soportar otra violación una vez más.

Antonio abrió la boca para decir algo. Ningún sonido abandonó su cuerpo. Se echó las manos al estómago, pero allí no había nada. No había manchas de sangre. Ana sintió estar en una pesadilla, algo extraño ocurría. 

Antonio dio un par de pasos hacia ella. Con los ojos desorbitados, ella nunca le había visto tan asustado. Para despertar de la pesadilla, salió corriendo al dormitorio. Allí había sucedido todo, allí tendría que encontrar una explicación. 

Quedó estupefacta al ver un cuerpo boca abajo sobre la cama. Estaba desconcertada. ¿Quién era ese hombre?¿dónde estaba Antonio? Para tratar de salir de esta pesadilla, tiró del cuerpo hacia sí. Era Antonio, entonces...

Se giró y pudo ver a Antonio, al otro Antonio, aún más lívido que el cadáver, mirando fijamente hacia ella, suplicando con los ojos una explicación. De nuevo intentó hablar. Ana pudo escuchar algo, pero no lo comprendió. Un leve rumor salía de su boca, a pesar de que parecía estar gritando.

Ana estaba aterrada. El cuerpo de su marido yacía rígido a su lado y a la vez estaba de pie en la puerta, tratando de gritar algo. Su visión era aterradora y sin embargo Ana sintió alivio, al comprobar que, fuera lo que fuera, aunque le hiciera algo, no podía ser peor que lo que llevaba años sufriendo.

De nuevo la figura en la puerta exhaló un sonido. Ana se acercó un poco por ver si comprendía.

-Tengo miedo... - trataba de gritar Antonio - ayúdame.

Ana no quiso contestar. Una parte de su corazón le compadecía, incluso lo amaba, como nunca había dejado de hacerlo. Y sin embargo la otra parte, y sobre todo la razón, le decían que ese animal estaba mejor muerto.

-Yo he tenido miedo muchas veces, al escuchar tu llave en la puerta.

Antonio pareció aún más aterrado. Tal vez pensó, por primera vez en su vida, que pagaría sus pecados en el infierno.

-Do... ¿dónde voy a ir?... ¿qué va a pasarme?

-Y una mierda si lo sé - le contestó Ana - pero sí sé que allá donde vayas no vas a poder hacerme daño nunca más.

Antonio se agarró el estómago, como si le doliera. Con una mueca de dolor, retrocedió y desapareció en la oscuridad del pasillo. Cuando Ana encendió la luz, allí no había nada.

Respiró tranquila. Puso música en la radio y fue a por la caja de herramientas. Encontró la sierra y se remangó. Aún había mucho trabajo por hacer para deshacerse del cadáver.



Friday, January 01, 2021

La historia de Lizzy Lee

 Elizabeth Lee, más conocida como Lizzy Lee, nació en Lafayette, Lousiana, en un año cercano a 1860. En realidad se llamaba Elizabeth du Motier, ya que su madre tenía ascendencia francesa. Pero siempre pensó que el apellido de su marido, Anthony Lee, hacía su nombre más musical.

El bueno de Anthony era un borrachín apenas capaz de cumplir con sus deberes conyugales. Consciente de esto, nunca prestó demasiada atención a quién compartía el lecho de Lizzy, siempre y cuando tuviera acceso a una buena provisión de ron para, al menos, pasar el día. No obstante, siempre la trató bien y la respetó.

Lizzy Lee alcanzó cierta fama por diversos motivos. Sus tatuajes llamaban la atención ya que en aquellos tiempos no eran habituales en una mujer blanca, por muy pobre que fueran sus orígenes. Pero además Lizzy tenía cierta habilidad con los cuchillos y, sobre todo, con su dialéctica. 

De forma que su espectáculo se hizo tan famoso en los tugurios de Lafayette que pronto pudo contratar alguna noche en el barrio francés de Nueva Orleans. Al principio Anthony le acompañaba, un poco por aparentar ser el cabeza de familia. Pero pronto descubrió que las 150 millas de trayecto no casaban demasiado bien con su espirituosa afición.

Así pues Lizzy pasaba al menos una o dos noches por semana sola en un Motel en Nueva Orleans. Procuraba alojarse siempre en el mismo, el Mummy Johnson, un local regentado, que no poseído, por una negra enorme que no permitía que los huéspedes armaran alboroto más tarde de la medianoche.




Además Mummy nunca denunciaría a Lizzy por acostarse con negros, a pesar de estar prohibido. Y es que Lizzy, una vez probó la carne de un mulato de los muelles, desarrolló cierta afición por los muchachos morenos. Había en esa elección cierto atisbo de culpabilidad, como queriendo diferenciar sus placeres carnales de la sociedad que había formado al casarse con Anthony años atrás.

Lizzy Lee podría haber llegado mucho más lejos. Había rumores de que le habían ofrecido un espectáculo en Nueva York. Pero era mucha mujer como para pensar las cosas con calma. 

Así pues, cuando se percató de que entre el público de esa noche estaba el señor Arceneux, tendero de la calle donde se crió allá en Lafayette, y que le obligó a pagar con favores carnales las deudas de su madre, no dudó un instante. Solicitó un voluntario para su espectáculo, mirandole directamente a los ojos. Sabía que nunca la reconocería. Ignoró voluntariamente a dos marineros que se ofrecieron levantando la voz, y señaló al tendero.

Con precisión quirúrgica, clavó hasta 5 cuchillos rodeando al señor Arceneux. Cada uno de ellos más cerca, hasta el punto de llamar la atención de espectadores habituales que nunca habían visto a Lizzy arriesgarse tanto.

Finalmente, blandió su cuchilla más afilada, y con un movimiento preciso, que ella siempre consideró su lanzamiento más perfecto, atravesó la frente del señor Arceneux. Lo hizo con tanta fuerza que su cabeza quedó ligeramente reclinada hacia atrás, y hubo que realizar varios intentos antes de conseguir despegarla de la madera, mucho después de haber exhalado su último aliento. 

Los periódicos de Nueva Orleans apenas reflejaron el incidente como uno más en la bulliciosa noche de la capital de Lousiana.